H. Reidezel Mendoza S.
El ocho de diciembre de 1659, por 10 familias de indios Piros bautizados, Fray García de San Francisco fundó la Misión de Nuestra Señora de Guadalupe de los Manso del Paso del Río del Norte. A partir del año 1668, que se culminó la construcción del templo de la Misión, los cadáveres de los feligreses comenzaron a ser sepultados en el interior del edificio o en el camposanto aledaño, y así fue durante los siguientes 147 años.
En el año 1812 hubo una epidemia de cólera en Paso del Norte que provocó una gran mortandad entre sus pobladores, saturando de cadáveres el interior del templo y su atrio. El 18 de abril de 1814 se propuso la construcción de un nuevo cementerio ventilado para evitar los contagios y el mal aspecto que daba la Misión. El párroco Juan Rafael Rascón aseguró que desde entonces, “a nadie se ha enterrado en la iglesia por la peste”. Hubo protestas por parte de los feligreses debido a la arraigada costumbre de sepultar a las personas en el interior del templo y en el atrio.

El ocho de mayo de 1815 se terminó la construcción del nuevo camposanto, que fue cercado con un barandal de madera, y de una pequeña capilla contigua dedicada a San Miguel Arcángel, “de 17 varas de largo, 7 de alto y 6 de ancho” (14 x 5 metros y casi 6 de alto). El cementerio, ubicado en la acera sur poniente de lo que hoy son las calles Ramon Ortiz y De la Paz, tuvo un costo total de 80 pesos, y sería conocido en el pueblo como “el camposanto ventilado”.
El mismo día de su apertura fueron sepultados tres cadáveres: los de dos mujeres, Laureana Bargas “casada que fue con Antonio García de edad de treinta años”, María Josefa Tafolla, de 40 años, casada con José Maese, y el de un párvulo, José Dimas, Carvajal, de 15 días de nacido. En el interior de la capilla de San Miguel eran enterrados con cruz alta los que podían costear un espacio.
En un informe fechado en octubre de 1817 que rindió el párroco Rascón al obispo de Durango don Francisco de Castañeda González se hace referencia al cementerio de San Miguel:

“Hace dos años, que previas las licencias y órdenes superiores, se construyó el cementerio ventilado, y una capillita contigua, todo de adobes, y esto a expensas del fondo de la fábrica, en la mayor parte, concurriendo también los vecinos con algunos servicios, a súplica del párroco, y desde ese tiempo entierran todos los cadáveres humanos en el expresado Cementerio para evitar las enfermedades y contagios que se experimentaban por enterrar en la Parroquia antigua y tan pequeña.”
En el inventario de la Parroquia correspondiente al año 1832 se asentó que “a ecsepción [sic] de la Yglesia que se halla más maltratada en su fábrica material, el Sementerio [sic] destruido en el todo, el Campo Santo y Capilla e igualmente maltratados por la lluvia”. En abril de ese año se compraron al herrero Rafael Ferrales las llaves y la chapa para cerrar el cementerio y se ordenó componer las canales. En agosto se arregló la cruz. En 1834 se compró una puerta y tres vigas para la capilla del Camposanto.
En 1837 el carpintero Ramón Córdova hizo una puerta para el cementerio y al año siguiente fue compuesta la capilla. En marzo de 1840 se le vuelven a hacer reparaciones y, en enero de 1842, las intensas nevadas obligaron a poner remiendos a las azoteas para evitar derrumbes. En noviembre de 1843 se pagó siete pesos por la compostura de la capilla; en enero de 1847 se arreglaron nuevamente las canales y se hicieron otras reparaciones por un costo de cuatro pesos y ocho reales; también se le enjarró y se le taparon las goteras pagando nueve pesos por el servicio. En febrero de ese año se cubrió el monto de seis pesos y seis reales a un albañil de apellido Durán por levantar las paredes del cementerio contiguo a la iglesia.

No se vuelve a hacer referencia al camposanto de San Miguel hasta el año 1854, en que se levantaron otra vez sus paredes, solicitándose además que se edificara uno nuevo. El 15 de julio de 1858 se pidió autorización al Cabildo, que encabezaba el comerciante don Rafael Velarde, para reconstruirlo. En el año 1860 se inauguró el nuevo cementerio de Nuestra Señora de la Luz (en la esquina de las calles de Joaquín Terrazas y Rafael Velarde) que daría servicio junto con el de San Miguel Arcángel por casi 20 años, al igual que el particular de la Capilla de San José (inaugurado en diciembre de 1862), hasta que, en la década de los setenta del siglo XIX, los dos primeros serían arrasados pues habían quedado prácticamente dentro de la mancha urbana.
FUENTES:
Archivo Histórico del Obispado de Ciudad Juárez
Archivo del Registro Público de la Propiedad
José María de Lachaga, La Misión de Nuestra Señora de Guadalupe del paso del Norte en Ciudad Juárez, Chih., Librería Parroquial, 1991
Mons. Carlos F. Enríquez, Historia de la Misión de Nuestra Señora de Guadalupe, su templo y sus cambios, Imprenta Lux, Ciudad Juárez, 1984.
—, Apuntes para la Historia de la Diócesis de Ciudad Juárez, Imprenta Lux, Ciudad Juárez, 1983.








