Gracias a su cine, música, pintura, literatura o gastronomía, México se reivindicó como Estado y ha hecho de la diplomacia cultural su arma más potente. Hoy el país atraviesa un momento de esplendor creativo innegable que en ocasiones queda opacado por el muro, Trump, la emigración y la violencia. Quizá sea momento de recoger la siembra y cultivar más allá apostando por una diplomacia cultural decidida, coordinada, sólida y de Estado.
El 13 de abril de 2019 tuvo lugar un concierto que llenó el Auditorio Nacional de Madrid: con el nombre “Música Latina & Cine”, el cartel estaba encabezado por el pianista Michel Camilo y la directora de orquesta mexicana Alondra de la Parra. Antes de terminar el concierto con La Noche de los Mayas y ante un público ya entregado, Alondra de la Parra se giró inesperadamente hacia el público y habló de lo poco que queda de las culturas precolombinas en México. Tras esta apreciación, enfatizó lo mucho que habían cambiado las relaciones entre ambos países, aseveró que se sentía como en casa en Madrid y habló de sintonía y cercanía entre ambas culturas. Consiguió un atronador aplauso al que seguiría una ovación al acabar el concierto.
Esta directora actúa de facto como embajadora cultural del país, y su contribución a una mejora de la imagen de México en el exterior es crucial y tiene una notable repercusión. Sin embargo, la diplomacia cultural no puede depender de genios individuales: desde el Estado y las instituciones se tiene que promocionar la cooperación cultural y establecer condiciones para que sus artistas dialoguen con otras culturas, tejan redes y accedan a recursos que les permitan catapultarse. La imagen proyectada en el exterior es fundamental para la consecución de objetivos tangibles como la inversión directa extranjera o el marketing turístico, pero también para lo intangible: mayor legitimidad y peso en foros multilaterales, liderazgo regional y, en suma, el llamado poder blando.
Revolución cultural
Tras la Revolución mexicana, y con la Constitución de 1917 vigente, el Gobierno decidió limitar la compra de propiedades para la explotación de recursos por parte de extranjeros. Para ello, impulsaron un paquete de medidas que buscaban incrementar la inversión nacional, pero resultaron perjudiciales para varios empresarios estadounidenses, entre otros. Como consecuencia, el vecino del norte comenzó una campaña de desprestigio calificando al país de primitivo, inestable y violento.
Desde las instituciones mexicanas y con Venustiano Carranza al frente del Gobierno (1917-1920), se quiso dar respuesta a esta campaña de descrédito porque calculaban que afectaría a su imagen exterior, pero también tendría consecuencias negativas para su desarrollo como Estado-nación y como actor en la arena internacional. Comenzaba así una estrategia de diplomacia pública para neutralizar las críticas negativas provenientes de la prensa estadounidense. Esta buscaba impulsar el arte y la cultura patria para dar muestras de músculo cultural y civilizador. A través del entramado de consulados y misiones diplomáticas especiales se exhibieron en Europa y América del Sur obras precolombinas y se promovió la internacionalización de artistas del país.
En gran medida, las primeras estrategias de diplomacia cultural de México nacieron para contrarrestar y contestar a su poderoso vecino del norte y estaban, por tanto, enfocadas hacia el exterior, pero su éxito también residía en que sirvieron para construir un nacionalismo cultural propio y acompañar la consolidación del proyecto de país.
Durante los años 20, 30 y 40 se impulsaron numerosos proyectos culturales en el extranjero, pero también dentro del país, con un triángulo de objetivos: la cultura, la educación y el nacionalismo. Aquí cabe mencionar la figura de José Vasconcelos, que ostentó el cargo de secretario de Instrucción Pública y secretario de Educación Pública entre los años 1921 y 1924. Además de impulsar una reforma educativa que buscaba llegar a todos los sectores del país y transformar las universidades, Vasconcelos —apodado el “Apóstol de la educación”— implementó un programa de intercambios educativos y culturales entre estudiantes con otros países americanos como Argentina o Perú a través de las llamadas “embajadas culturales”.
Vasconcelos, además, era mecenas y apoyó a célebres artistas de la época como los pintores David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco y Diego Rivera. Estos tres nombres son representativos del nacionalismo cultural, que combinaba el concepto civilizatorio occidental con el enaltecimiento del pasado precolombino y logró involucrar a los grandes artistas plásticos de la época del movimiento muralista. En perfecta simbiosis, estos pintores se beneficiaron del contexto favorable mientras el Estado lo hacía de ellos y, sobre todo, de su proyección internacional. El muralismo, movimiento crítico pero también de celebración de la diversidad, convivió y se unió a la llamada Edad Dorada del cine mexicano, que contaba con una narrativa característica y un star system propio. Sus películas cosecharon fama y éxito especialmente en Europa y América Latina.
Si bien en su época no recibió el reconocimiento y fama internacional que la convertirían en el hito que es hoy, un artículo sobre diplomacia cultural mexicana no puede ignorar la figura de Frida Kahlo, la pintora convertida hoy en icono de feminismo, libertad y lucha, por ser mujer y mexicana, pero también por tener una dolencia física crónica. Junto con ella otras muchas artistas como Remedios Varo, Aurora Reyes Flores, Helen Escobedo, Laura Esquivel, Lila Downs o la propia Alondra Parra, entre otras muchas, han tenido que atravesar dificultades para alcanzar la primera fila que les correspondía en el mundo del arte.
En lo que se refiere al impulso internacional de la cultura es preciso hacer una mención a los republicanos españoles exiliados: el papel de México durante la guerra civil española como defensor de la República frente al golpe y después durante el franquismo fue tan consistente como firme. Los republicanos exiliados en este país —en muchos casos intelectuales, científicos y artistas— jugaron un rol importante en el desarrollo de instituciones culturales como el Colegio de México.
Gloriosa victoria, Diego de Rivera (1954). Esta obra, que representa el golpe de Estado vivido en Guatemala en 1954, muestra la explotación indígena como consecuencia del lucrativo pacto entre la élites locales y representantes estadounidenses. Fuente: Wikipedia
A la llegada de activos culturales se le unió el éxito de muchos artistas mexicanos fuera del país: aquellos que triunfaban en el exterior se convertían en embajadores andantes. Esto lo sabía de sobra el presidente Luis Echeverría (1970-1976), quien, además de reunirse cada poco con artistas como Octavio Paz, Carlos Fuentes o Siqueiros, favorecía el papel de las instituciones en la creación de redes culturales internacionales.
En suma, la inteligente estrategia en diplomacia cultural implementada por México en las décadas posteriores a la revolución hizo que el país —que no era ni una potencia económica, ni militar, ni política— se pusiera en primera fila en materia cultural. Esta noción de dar un especial peso a la cultura se trasladaba sistemáticamente a los planes de desarrollo, siguiendo la convicción de que educación, desarrollo, relaciones exteriores y cultura estaban fuertemente vinculados entre sí.
Tex-mex: México a través de Estados Unidos
A finales de los 70 comienza un viraje que se mantiene hasta hoy: un acercamiento político y económico a Estados Unidos con la idea de atraer inversiones privadas de este país. Las sucesivas crisis de finales del siglo XX, en especial la crisis de los 80, llevaron a una profundización en la desconfianza hacia las instituciones, salpicadas por la corrupción y la ineficacia a la hora de hacer frente a dos cuestiones tan acuciantes como la desigualdad y el narcotráfico.
Ante la inseguridad y los desafíos económicos, empieza un modelo diferente que concede suma importancia al “poder duro” frente a la cultura y a la necesidad de atraer inversores de la primera potencia mundial cuya primacía tras la caída de la URSS no encuentra rival. En este sentido, para México las relaciones con América Latina pierden peso en favor del norte.
La firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, ratificado en 1994, es la materialización de ese viraje en su política exterior. México abandona así el liderazgo centroamericano y latinoamericano dejando ese puesto libre, que sería en poco tiempo ocupado por Brasil primero, y Argentina y Chile después. Más allá de lo económico, México se empieza a posicionar políticamente con Estados Unidos en temas clave que lo separan aún más de muchos de sus vecinos regionales. Ejemplo de ello es la agenda mexicana y su utilización de la Organización de Estados Americanos.
En 2018 el valor de las exportaciones de México a EE. UU. fue de 346.500 millones de dólares estadounidenses y las exportaciones estadounidenses a México, de 265.000 millones.
Esta modificación en sus prioridades exteriores tiene, entre otras, la siguiente consecuencia: México empieza a ser exportado desde Washington, desde Hollywood y desde las grandes franquicias estadounidenses. La imagen por él mismo proyectada sigue teniendo un peso importante, pero el fuerte peso internacional de su vecino del Norte le hace sombra con su propia versión. Esta representación se centra en lo folclórico, la comida tex-mex o el estereotipo del mariachi, pero también explota una imagen de país desestructurado, violento y sin ley al que huyen los fugitivos de sus películas. No es casual que Barbie haya sacado una versión de su muñeca caracterizada como Frida Kahlo, o que Disney haya ambientado una de sus últimas películas de animación, Coco (2017) en la famosa celebración mexicana del Día de Muertos.
Muchos mexicanos se benefician de esta idea, tanto en Estados Unidos como en el mundo entero, y obtienen ganancias de la misma, pero el país pierde, en parte, el control de la construcción de su imagen. Además, desde las instituciones no se ofrecen suficientes mensajes alternativos que muestren otras facetas del país como sí ocurrió tras la revolución.
Esto no quiere decir que se haya cerrado por completo el grifo a las iniciativas culturales, pero sí que desde las instituciones no se conceden suficientes recursos para que tengan impacto en el exterior y que su conceptualización varía de una Administración a otra. La diplomacia cultural mexicana requiere acompañamiento constante y ser considerada una prioridad irrenunciable o, de lo contrario, corre el riesgo de ser fagocitada por la maquinaria de marketing de su poderoso vecino.
Durante el sexenio de Vicente Fox (2000-2006) sí se da cierto peso a la cultura: su Gobierno, el primero del PAN tras setenta años de dominio del PRI, quiere mostrar al exterior una imagen renovada del país y ello pasa por dar espacio a la diplomacia cultural. Sin embargo, como sus antecesores, Fox contempla a Estados Unidos como socio central en detrimento de la diversificación de las relaciones exteriores. Bajo la presidencia de su sucesor Felipe Calderón (2006-2012), el poder duro ocupa casi todo el espacio: la guerra contra el narco se vuelve protagonista y, aunque se mantienen ciertas iniciativas relevantes, como Visión México 2030, la estrategia en materia cultural es limitada.
Con todo, hay que decir que resulta difícil y hasta artificioso trazar una línea nítida entre Estados Unidos y México cuando más de 36 millones de personas de origen mexicano viven hoy en su vecino del norte. Además, varios de los estados de EE. UU. fueron originalmente mexicanos, incluido Texas, donde la mezcla de culturas es notable y su fusión da origen al mismo término tex-mex.
La imagen de México es en gran medida contada por otro narrador, sí, pero el país tiene la ventaja de contar con un verdadero Little Mexico en Estados Unidos. La diáspora en el país ha ido concentrando algo de poder y a día de hoy los activos culturales más allá de la frontera son incalculables. Como curiosidad, hoy puede encontrarse en Los Ángeles un casco viejo con edificios coloniales, un museo y un mercado que muestran el origen mexicano de la ciudad. No en vano, en esta ciudad residen más de 1,2 millones de personas de origen mexicano.
Balance y oportunidades
Las carencias de la diplomacia cultural mexicana como política de Estado con carácter estratégico no han impedido que emerjan potentes embajadores culturales urbi et orbe. La importante diáspora ha logrado un hueco para el país mexicano en el orden cultural internacional —en algunos casos con ayuda del Estado— ofreciendo unas imágenes actualizadas de México en las que se juega con el pasado y el futuro. Asimismo, hay que mencionar el éxito mundial de Televisa, motor de la telenovela mexicana que se atrevió a apostar por una plataforma digital al margen de la omnipresente Netflix, aunque recientemente ha firmado un nuevo acuerdo con esta.
Otro acontecimiento vital es la evidente conquista de la gran pantalla en la que México hoy vive una segunda Edad de Oro. Los oscarizados directores Guillermo del Toro, Alejandro González Iñárritu o Alfonso Cuarón, acompañados de fotógrafos, directores artísticos y actores de primera línea, cuentan historias que relatan otro México alejado del narco y la inestabilidad pero sin ignorar los profundos problemas sociales del país y son, además, un éxito en taquilla. También resulta inevitable nombrar a otras figuras como Diego Luna, Gael García Bernal o Salma Hayek que, además de actores, son productores relevantes que tratan de reivindicar una imagen multidimensional de su país en suelo estadounidense.
No puede faltar en la lista de actores culturales la UNAM, la Universidad Nacional Autónoma de México, que es hoy un referente de investigación, divulgación científica y académica y fortalecimiento de relaciones institucionales. Esta universidad, que es además pública, está presente en nueve países y actúa, además de como embajada cultural, como difusora de la lengua española. México es el país con más hispanohablantes del mundo y el valor de esta lengua, en términos económico además de los culturales, está al alza.
México está atravesando un momento de esplendor en las artes plásticas, el cine, la gastronomía, la literatura, la música y hasta el diseño de moda. Sin embargo, desde 2015 no aparece entre los 30 países del ránking del informe anual de Soft Power 30, que a través de una serie de indicadores mide el poder blando de cada país. Esto también se debe al peso de algunas noticias que han afectado negativamente a la imagen de México como son el caso de los estudiantes de Ayotzinapa, los datos de periodistas asesinados, los enfrentamientos entre narcos o la crónica de El Chapo. La política exterior del sexenio de Enrique Peña Nieto (2012-2018) no distó mucho de la de sus antecesores en lo que respecta a alianzas y políticas prioritarias. Entre estas, primaron las económicas y comerciales en detrimento de las culturales. Su Gobierno incluso recibió críticas por la falta de coordinación y diálogo entre la Secretaría de Relaciones Exteriores y otras instituciones internacionales de carácter cultural como CONACULTA o la Agencia Mexicana de Cooperación Internacional para el Desarrollo (Amexcid).
Elementos a medio camino entre lo cultural y lo comercial como la gastronomía o el turismo sí vienen recibiendo atención y fondos desde hace tiempo por su inmediata rentabilidad. En el marco del poder blando cabe mencionar el papel de Pro México como organización encargada de atraer inversión extranjera y potenciar el comercio y la internacionalización de empresas del país.
Si bien se precisa de voluntad política de todos los partidos para desarrollar políticas de Estado, México se encuentra ante un escenario sumamente favorable para potenciar su diplomacia cultural. Las reticencias de Estados Unidos de avanzar en el proyecto de integración comercial de América del Norte o los desprecios públicos del propio presidente Trump hacia los migrantes mexicanos no supondrán un alejamiento repentino y abrupto entre ambos países, que dependen enormemente el uno del otro, pero sí podrían ser una oportunidad de oro para ampliar sus relaciones exteriores. El altavoz estadounidense es a veces favorecedor y a veces sumamente negativo para la imagen del país, pero una diversificación de sus vínculos internacionales permite contar México desde México.
- El nuevo presidente López Obrador ha recalcado que la diversidad, la cultura y el aumento de aliados serán ejes vertebradores de su política exterior. Está por ver en qué se traduce, pero la materia prima está ahí: México cuenta con una importante red de centros culturales y de artistas internacionales de primer nivel. Además, la deriva nacionalista de Brasil bajo el Gobierno de Bolsonaro cede algo de espacio para la proyección de un cierto liderazgo regional, especialmente gracias al poder blando, como interlocutor en espacios multilaterales. Europa, el Sudeste Asiático o África se presentan también como plataformas ideales para la exhibición de músculo cultural y para consolidarse como interlocutor de acuerdo con la posición que le corresponde.
Con información de El Orden Mundial