M.H. Reidezel Mendoza Soriano
El general villista Tomás Urbina Reyes, quien fuera asesinado por órdenes de su compadre Francisco Villa, nació en la hacienda de Las Nieves, jurisdicción de Villa Ocampo, estado de Durango, el 18 de agosto de 1870, era hijo natural de María del Refugio Urbina Reyes. Aparentemente la madre de Tomás, de ascendencia rarámuri, había trabajado como sirvienta en una finca, propiedad de la familia Martínez, en Las Nieves, Ocampo, y ahí tuvo un amorío con uno de los hijos de la familia, el joven Leonardo, quien poco después retornó a su natal Ciudad Jiménez, Chihuahua, donde heredó el rancho El Chacate. Si bien, Leonardo nunca reconoció como hijo propio a Tomás, sí lo acogió un tiempo junto con su madre hasta que contrajo matrimonio con la señorita Teófila Barrón a fines del siglo XIX. Por su condición de ilegítimo, Tomás recibió únicamente los apellidos de sus abuelos maternos, Juan Urbina y Agustina Reyes, al igual que sus hermanos María Clotilde de Jesús, María del Pilar, Francisca, María Juliana, Margarito y Juan Urbina Reyes, pues todos eran hijos naturales. En el caso de Tomás, es probable que su ilegitimidad fuera el origen de su odio contra todo lo que tuviera que ver con el orden establecido: la autoridad, a la que identificaba con el amo de la hacienda, era ilegítima, su rebeldía era contra su propio origen, que había que destruir. Para Urbina es probable que los hacendados fueran la transposición de aquel que lo había engendrado y negado, cancelando su oportunidad de ser un hombre socialmente reconocido.

Si bien se desconocen detalles de los primeros años de su vida, se sabe que, debido a la precaria situación de su familia, el hermano de su madre, Sabino Urbina Reyes, había procurado apoyarlos económicamente. Tomás trabajó como mozo del comerciante español Domingo Rubio en Villa Ocampo, sin embargo, con la construcción de Estación Rosario y la llegada del ferrocarril, perdió su empleo, debido a que la mayoría de los pequeños comerciantes quebraron. Tomás consiguió empleo como peón de estribo y eventualmente en labores agrícolas. Poco después se dedicó a la crianza de ganado en la hacienda de Canutillo pero, luego de un altercado con el administrador de la propiedad en el que éste resultó herido de gravedad, tuvo que huir a las serranías. Tomás Urbina aprendió el oficio de adobero y se desempeñó como contratista de manufactura de adobes en la hacienda de El Centro, propiedad de Ernesto Bravet. Nicolás Fernández afirma que Urbina fungió también como caporal y, desde muy jóvenes, habían trabajado juntos en la hacienda de La Concepción, jurisdicción de Valle de Allende. Relata Fernández: “Era muy buen caporal, lo conocí perfectamente; era muy mañoso, muy hambriento, pero era muy hombre, muy hombre: ¡Villa no le llegaba ni a los talones!” El general Ismael Lozano asegura que Tomás fungió por un tiempo como ayudante de José Saldívar, jefe de la Acordada de Indé, Durango, pues conocía “las artimañas de la gente maleante de aquellas regiones”, entre quienes tenía muchas amistades.
Benjamín Herrera afirma que la demanda de material para la construcción bajaba drásticamente en temporada invernal y, para compensar la falta de ingresos, Tomás Urbina se dedicaba al abigeato, al frente de una banda integrada por familiares, amigos y compadres: Rosendo Gallardo, Feliciano Santana, Reginaldo Chavira, Jesús y Marcos Mendías, Epigmenio Montes, Fermín Gutiérrez, Victorio Hernández, Francisco Mares, su hermano Margarito Urbina y su sobrino Víctor Urbina. Como miembros de los segmentos más dependientes de la oferta de trabajo, la mayoría de estos individuos debían combinar sus ocupaciones productivas con otras delictivas, por lo que practicaban un bandidaje de tiempo parcial, que les proporcionaba ingresos complementarios. Aunque algunos de ellos como Feliciano Santana o Rosendo Gallardo se convirtieron en profesionales del asalto a mano armada, que solo vivían del robo, la extorsión y del contrabando.
Entre 1900 y 1908, Tomás Urbina hizo de la región de Indé y Villa Ocampo su campo de acción, dedicado a robar ganado de las haciendas y rancherías cercanas que luego vendía en las carnicerías de Parral y Santa Bárbara. La gavilla de Urbina llevaba a cabo las matanzas clandestinas de reses en la serranía, a secar la carne y a curtir las pieles, y una vez que completaban un abundante lote, lo entregaban “a personas de pocos escrúpulos con quienes tenían esa clase de comercio”. Las actividades ilícitas de Tomás eran bien conocidas por algunos hacendados y autoridades locales que, muchas veces, preferían hacer negocios con los abigeos que perseguirlos.

Al frente de su banda, Urbina asaltó en varias ocasiones las haciendas de Torreón de Cañas y del Espíritu Santo robando ganado y otros objetos. En Rosario, Urbina torturó al jefe de la estación para obligarlo a delatar el lugar donde escondía los valores, y lo mismo hizo con el administrador de la hacienda de San Antonio. A los hermanos Abel y Ramón Pereyra, propietarios de la hacienda de Guadalupe de la Rueda y de La Carreteña, Tomás los cintareó para que confesaran donde tenían enterrados sus tesoros. Al administrador de la hacienda de Canutillo, un individuo de origen español apellidado Ramírez, Urbina le atravesó la cadera de un disparo a gran distancia cuando éste cabalgaba por el llano de Las Nieves acompañado por “Chano” Aguirre obligando a los jinetes a huir a Estación Rosario. Benjamín Herrera relata que Rosendo Gallardo quiso rematarlo, pero Urbina se negó pues “sólo quería dejarle un recuerdo suyo.” En una ocasión, a punta de pistola, Tomás liberó de la cárcel de Indé a su amigo Isaac Zaragoza.
En diciembre de 1903, Tomás Urbina participó, junto con Doroteo Arango y Sabás Baca, en el robo de una gran partida de ganado de los ranchos cercanos a San Bernardo, Durango. En el camino los bandidos fueron incorporando las reses que robaban de los ranchos de Carmona, Sauces, El Oro y demás poblados, hasta que fueron sorprendidos por una fuerza de voluntarios cuando descansaban bajo una frondosa arboleda, a dos kilómetros del arroyo de Iglesias, cerca del camino carretero que corría de Indé y El Oro a Villa Ocampo. Los bandidos se dispersaron, excepto Tomás Urbina, que fue capturado y conducido preso a Indé, donde fue encerrado en la cárcel municipal. El abuelo del futuro general Juan Gualberto Amaya intercedió por la vida del prisionero ante Ernesto Ávila y Victoriano Martos, quienes fungían como autoridad, ante el temor de que fuera ejecutado sin previo juicio. El señor Amaya retiró los cargos por robo de ganado, rescató al preso y lo sacó violentamente del poblado, “pidiendo solamente que no volvieran a intentar robarlo”. Pasaron los años y la gratitud de Tomás Urbina hacia el abuelo del general Amaya fue manifiesta, no así para Ernesto Ávila y Victoriano Martos, quienes fueron arrestados y ejecutados sin misericordia, algunos años después, y sus familias perseguidas y exiliadas.
Uno de los jefes de Acordada que con más empeño persiguió a Tomás Urbina fue José Saldívar, quien se distinguió por su temeridad y sus excesos. Según testimonios, debido a la intensa persecución de la Acordada contra los abigeos, Tomás Urbina y los suyos poco o nada aportaban a la manutención de sus familias: “y menos a la luz del día y, si acaso venían alguna vez, era en la noche y con las debidas precauciones, y por eso necesitaban de nosotros, para hacerles llegar algunas provisiones, o cuando menos tortillas”. Urbina y sus cómplices se escondían en una cueva cerca de Las Nieves, en la que guardaban cueros de res bien doblados y mucha carne seca, ya fuera para autoconsumo o bien para comerciarla.
Tomás Urbina también llegó a tomar parte en las correrías de la banda de Sabás Baca, en la que militó por un tiempo Doroteo Arango, y con quien entabló una estrecha relación de amistad y compadrazgo. Según parece, José Doroteo había apadrinado a Ignacio Urbina, hijo de su primera esposa, Juana Lucero Sánchez, así como a Ramón, nacido en 1903, y cuya madre era Felipa García Barraza. Otra de las mujeres de Tomás fue Francisca Ávila, con quien contrajo matrimonio religioso el 15 de mayo de 1911, en San Bernardo, Durango, y, finalmente con María Gabriela Esparza Terrazas, a mediados de 1913, en Guanaceví, Durango. A decir de los familiares de Tomás Urbina, éste y Arango se habían conocido en San Bernardo, Durango, a fines de siglo XIX, y a partir de entonces fueron inseparables amigos, confidentes y cómplices en infinidad de atracos y asaltos a mano armada, en los caminos y veredas de los estados de Chihuahua y Durango.
Al estallar el movimiento armado, Tomás se incorporó a la cuadrilla de su compadre José Doroteo, que ya se hacía llamar Francisco Villa, y tomó parte en varios combates y tiroteos en el sur del estado de Chihuahua y del norte del estado de Durango, entre noviembre de 1910 y mayo de 1911.
Fuentes
Archivo Histórico Municipal de Parral.
Benjamín Herrera Vargas, “Cómo murió Urbina, compadre de Villa”, Congreso Nacional de la Revolución Mexicana”, 1981
El Siglo de Torreón (1934)
José de la O Holguín, Tomás Urbina. El guerrero mestizo. Gobierno del Estado de Durango, Durango, 2000.
Juan Gualberto Amaya, Madero y los auténticos revolucionarios de 1910. Hasta la decena trágica y fin del general Pascual Orozco. México, s.p.i., 1946.
Reidezel Mendoza Soriano, Bandoleros y rebeldes. Historia del forajido Doroteo Arango, 1878-1910. Las correrías de Heraclio Bernal, Ignacio Parra y Francisco Villa, Create Space Independent Publishing Platform, 2018.
Testimonios de Lula Martínez, Alfredo Urbina (2011, 2012).








