La obra del legendario cineasta italiano corre el riesgo de pasar desapercibida para las nuevas generaciones si ésta no encuentra espacio en el streaming. “Ahora es más importante tener buen marketing, que ser buen cine”, apuntó Carlos Bautista, director editorial de Ipstori.
El ensayista y crítico cinematográfico José de la Colina escribió en febrero de 1965 para la Revista de la Universidad que el cineasta italiano Federico Fellini estaba “a punto de convertirse, entre todos los directores de fama internacional, no sólo en un monstre sacré de la intelectualidad y de la gran crítica, sino también en una verdadera vedette para el gran público, categoría hasta ahora sólo alcanzada entre los ‘hombres detrás de la cámara’ por Alfred Hitchcock.”
La predicción del escritor de origen español no sólo se cumplió, sino que, a la postre, Fellini terminó por consagrarse con el público y la crítica especializada como uno de los titanes de la cinematografía mundial. Sin embargo, a cien años de su nacimiento –el 20 de enero de 1920, en Rimini, Italia– su obra corre el riesgo de caer en el olvido, gracias a que no cuenta con espacio dentro de las plataformas de streaming más populares.
Para Carlos Bautista, director editorial de la aplicación de fomento a la lectura, Ipstori, las películas de Fellini mantienen su vigencia entre los cinéfilos más empedernidos y aquellos que dedican su vida al quehacer cinematográfico, fenómeno que no se extiende al gran público.
“Entre los que hacen cine, sí. Es uno de los directores y guionistas fundamentales de la historia del cine. Desarrollaba ideas originales, lo cual cada día es más complicado porque hay que justificar precios de producción o ingresos. Era otra forma de hacer cine, más artesanal, muy de autor. Su cine no está en los servicios de streaming, si lo buscas en los más populares no hay nada de él. Como no es una tendencia, sólo aquellos que lo conocen desean comprar sus películas. Actualmente, si no estás en el streaming, no te ven”, explicó Bautista en entrevista para la Gaceta de la UNAM.
Agregó: “ahora es más importante tener buen marketing, que hacer buen cine. Por ejemplo, en las nominaciones del Oscar, se nota cuáles son los intereses de la industria. Fellini podría parecer relegado actualmente por cómo se mueve el consumo, pero en la historia del cine es un hombre indispensable, como otros directores de su generación: Vittorio De Sica y Roberto Rossellini”.
Una ensoñación del espectáculo
A lo largo de su carrera, Federico Fellini dirigió más de una veintena de películas y su firma estuvo estampada en más de cincuenta guiones. Además, recibió un Oscar –el máximo premio que entrega la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos– honorario en 1993, galardón al que estuvo nominado en siete ocasiones gracias a su trabajo en cintas como La Strada (1954), La Dolce Vita (1960) y 8 ½ (1963), entre otras.
Para Bautista, el éxito de los proyectos de Fellini se debe a que estos “no tienen moral, no hay enseñanzas, ni tenía el afán de ser pedagógico. Todo en su cine es completamente incidental, ese es su gran aporte para la cinematografía mundial. Poder llevar al cine un reflejo de cómo suceden las cosas en la vida, aunque tengan cierto aire de fantasía. Es algo muy cínico, le encantaba la parodia y la ironía, a través de ellas se burlaba de las situaciones políticas de su tiempo.
“Conforme avanza su filmografía, sus películas comienzan a narrarse en una circunstancia dada. No explica los orígenes, no son cuentos de hadas, tampoco moralejas o fábulas. Empiezan sin dar explicaciones y terminan sin buscar conclusiones. Son fragmentos de vida, no hay la menor justificación. Es tremendamente artístico, farsas que representaban de manera real a la gente, dice y agrega:
“Fellini no se parece a nadie, gracias a que venía de la tradición del clown y de la carpa. Una representación de las emociones que no son sobreactuadas, pero tienen cierto grado de acentuación. Las escenas tristes son cabronamente tristes, las felices bufonescas, las incidentales son inexplicables, como improvisaciones. Se siente el ánimo de una enorme libertad creativa, algo que tienen muy pocos directores”.
El cineasta italiano aseguró, en más de una ocasión, que su intención no era capturar la realidad en pantalla, como sí era la de varios de sus contemporáneos neorrealistas, sino la de recrear sus sueños y recuerdos. Así lo expresa en Yo, Fellini, una biografía sobre el realizador escrita por la periodista Charlotte Chandler:
“La vida real no es lo que me interesa. Me gusta observar la vida, pero para dejar libre mi imaginación. Incluso de niño, yo dibujaba retratos no de una persona, sino de la imagen en mi mente de la persona”, y en otro punto del libro firmado por Chandler añade: “Sexo, circo, cine, y spaghetti, ésas fueron mis primeras influencias”.
El analista cinematográfico polaco Bolesław Michałek describió el estilo de filmar del italiano como un subjetivismo extremo, así lo argumentó en el artículo El moralista contra el poeta: Federico Fellini, que apareció en la Revista de la Universidad en abril de 1960:
“¿Quiso Fellini, al igual que los expresionistas, representar con voluntarios signos? convencionales los grandes conflictos internos? No. Fellini es un sensual, es un poeta de sentidos agudizados que registran todo sin sujetar las impresiones a los rigores de la filosofía aceptada ni a los principios formales. A Fellini no le interesan por lo general las complicaciones psicológicas de los acontecimientos; le interesa –y en ese terreno es un maestro– su manifestación física, su sabor, su olor, su aspecto, su agudeza.
“El héroe de Fellini es un fenómeno bastante característico: es el medium del autor, la máscara que éste se coloca libremente en el momento que le conviene para expresar por la boca del héroe su propio juicio. Semejante héroe no puede ser completo desde el punto de vista de su carácter; una vez es héroe de la película, otra vez héroe de los conflictos internos del autor”, amplió Michałek.
Lo “fellinesco”
En Yo, Fellini, el autor italiano expresa que entendió desde “que era diferente de otras personas. Me di cuenta de que me considerarían loco o director de cine”, dejando en claro que sus filmes nunca buscaron satisfacer a nadie más que a sí mismo: “Me han criticado por hacer mis películas sólo para complacerme. La crítica está bien fundada, porque es verdad. Es la única forma en que puedo trabajar. Si haces la película para complacer a cada persona, no complaces a nadie. Creo que primero debes complacerte … Si no me agrada, me siento torturado y apenas puedo continuar.”
La particular manera de ver el mundo, expresada por el director de Las noches de Cabiria (1957) a lo largo de su corpus cinematográfico, ha permitido que ésta mantenga su influencia en el cine contemporáneo. Cada año parece haber un largometraje que evoca el trabajo de Fellini. Roma (2018) del mexicano Alfonso Cuarón, por ejemplo, fue calificada como el “Amarcord de Cuarón”; y en el pasado 2019, el proyecto más reciente del español Pedro Almodóvar, Dolor y gloria, no escapó del comparativo con 8 ½.
Otros como Woody Allen (Recuerdos), Alejandro Jodorowsky (Santa Sangre), Emir Kusturica (Underground: Había una vez un país) o Paolo Sorrentino (La gran belleza) también han buscado emular esa libertad creativa. “Ahora las conocemos como fellinescas porque no hay nada que se parezca a sus películas”, concluyó Carlos Bautista.
Con información de Gaceta UNAM