Reseña escrita por Eriko Stark.
El amor de un padre y el amor de un hijo es verdaderamente violento cuando se construye desde las raíces mexicanas; es una joroba pesada, compuesta de una madre soltera, de pequeños fragmentos de pobreza, del hijo destinado a cumplir los designios de su progenitor; la joroba es el espejo que vislumbra los mismos ojos, ojos que aman diferente, y en esa diferencia somos testigos de una historia en la que muchos jóvenes quieren participar.
Todos mis padres del escritor Fernando Yacamán es un testimonio peligroso ya que pone en jaque el deseo de nuestras inútiles y conformistas juventudes homosexuales que hoy aspiran (como su máxima proeza) tener el amor de un sugar daddy: un amor a mitades que se esconde entre la doble vida, un amor que castiga cuando se comporta como un niño malcriado y a veces brinda pequeños obsequios a ese cuerpo berrinchudo, un amor que sangra desde el ano, un amor que todo lo coge hasta la muerte.
La novela relata la historia de Luis, el niño milagroso que sobrevivió al terremoto de 1985 que casi destruye la Ciudad de México. Luis es profesor, le gusta acostarse con hombres mayores, su razón es muy sencilla: “La mayoría cogían con ganas”. Esta teoría la avala a través de un pequeño cuadernillo donde califica sus cogidas. Es aquí donde su historia cobra fuerza.
A través de 13 capítulos, seremos testigos de los encuentros sexuales que tiene Luis con otros hombres mayores que logran vislumbrar algunos ecos de pederastia, la realidad de una madre soltera que siempre busca el amor y protección de un hombre, el abandono de su padre “el Coyote”, eterno rebelde sin causa y la insoportable levedad de un chico sin destino llevado al absurdo de excesos, relaciones tóxicas y depresiones sin sentido, tema tabú en nuestro país.
Las relaciones homoeróticas de un hombre mayor con un hombre más joven parecen siempre estar cargadas de una cuestión dominante, sin embargo, Yacamán logra sacarle provecho a los estereotipos llevándolos a episodios cómicos, sumamente eróticos y salvajes donde los hombres que cogen parecen animales en celo a punto de devorarse: vemos los caprichos más insolentes de la juventud que sacan de quicio a los mayores, también podemos apreciar el dolor de lo efímero en relaciones con hombres casados, hombres que llevan vidas heterosexuales convirtiendo a Luis en el amante que quiere tomar el papel de la esposa.
Los problemas existenciales del protagonista van en aumento cuando su principal objeto de amor “el Centauro” sólo lo utiliza para coger, en ese hombre Luis vislumbra a su padre llevándolo a una triste confesión de los niños mexicanos que fueron abandonados: Luis quiere amar a su padre, quiere coger con su padre.
Su amiga y las personas que lo rodean insisten en que debe ver “al Coyote” quien agoniza, pero el orgullo lo hace tocar fondo hasta que su último encuentro le ayuda a descubrir todo el amor que pudo tenerle, en vez de eso, le ofrece palabras que pueden albergar la venganza. Esta historia acaba justo en el clímax, en la parte más fuerte dejándolos con una incertidumbre del futuro de este chico simpático, guapo y estúpido.
La novela te atrapa desde el primer párrafo, es enérgica, la lees de principio a fin como si fuera una charla agradable que deseas repetir, tiene sus momentos cachondos, muy sensuales que sólo se pueden apreciar en nuestra narrativa mexicana.
Uno de los grandes aciertos de Yacamán es la manera en que Luis cuestiona a las familias que no entienden la homosexualidad, esas familias que se culpan constantemente porque su hijo les salió jotito. La forma en que señala la ignorancia de los padres es un deleite ya que el drama de la aceptación pretende ser innecesaria, tan poco importante que quienes se han declararon homosexuales y lloraron junto a sus madres, hoy, sentirían vergüenza por caer en esa enorme teatralidad.
La historia tiene diferentes matices, a veces la narrativa parece salida de “Las Batallas en el Desierto” de José Emilio Pacheco al trazar un mapa de la ciudad, en este caso de la delegación Cuauhtémoc, otras, parece un tratado tercermundista de lo inmundo que es la juventud, de lo grotesco que significa ser un cliché que estudió en la UNAM, que se emborracha, que coge a lo pendejo, a pelo, a sangre; dentro de la historia uno de los señores se cuestiona a sí mismo el papel del sugar daddy, se pregunta si en realidad está bien tener una relación con un joven, ese momento nos posiciona del otro lado y nos hace preguntar si realmente los adultos desean coger con los menores o en realidad es otra de las trampas del consumo, la masa y la sociedad.
Más allá de todo, Fernando Yacamán nos regala un testimonio que puede ser autobiográfico, un testimonio sumamente descarnado y sexual o simplemente, las aventuras de un estudiante de Letras Hispánicas que ansía semen dentro de su culo.
Todos mis padres es una novela que llegará a convertirse en una historia institucional de nuestro país gracias a su audacia, fuerza y honestidad. Eso es un verdadero hecho. Mientras eso ocurre, allá afuera, los chicos siguen buscando ligar con adultos, buscan coger hasta que sus cuerpos se acaben. Ahí, se encuentra Fernando Yacamán, cogiendo y escribiendo hasta la muerte.
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