Trabajo de «doméstica» se convirtió en «table dance» / De Honduras a México

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diario19.com / El Universal

 

 

Yanel, una hondureña de cabello rizado y piel blanca, duerme de día y trabaja de noche. Hace seis años llegó a México y desde entonces el 50% de este tiempo lo ha vivido en los table dance de Tapachula, Campeche, Puebla, Distrito Federal, Monterrey y Veracruz.

Nativa del Caribe hondureño, de 29 años de edad, le gusta la ropa fina, el maquillaje, los perfumes, la lencería y llevar un teléfono celular con los servicios de WhatsApp, para presumir sus fotografías.

Pero en 2009, cuando llegó a México, tenía muchas carencias; la primera noche que salió a bailar ante medio centenar de hombres lo hizo sin zapatillas de plataforma.

En ese año había dejado la isla de Roatán, en el Caribe. En su país le dijeron que «ganaría muy bien» en México como empleada doméstica o de una tienda de abarrotes, pero cuando llegó a Tapachula, enfrentó la realidad y supo que su trabajo sería bailar en un table dance.

Después de unas semanas de observar a sus paisanas y practicar pole dance, se animó a subir al escenario, y esa primera noche no le fue tan mal: los hombres que vieron el espectáculo le aplaudieron y festejaron el número.

Desde entonces, esta joven madre de una niña de tres años se ha dedicado a bailar en los table dance de esta ciudad; aunque cuando se recrudecieron los operativos contra de la trata de personas, viajó a Campeche, uno de los lugares donde «sí se gana muy bien, porque los trabajadores de los pozos petroleros llevan mucho dinero», comenta, aunque también ha viajado al Distrito Federal, Monterrey, Puebla, Veracruz y otras localidades de Chiapas como San Cristóbal, Tuxtla y Comitán.

A veces deja Tapachula hasta por tres meses, entonces su hija queda bajo los cuidados de una joven a la que le paga por hacerse cargo de la pequeña.

Yanel que se considera una «joven sensual», señala que los operativos contra la trata de personas han desalentado el negocio y bajado la afluencia de clientes, por lo que ahora «la putería ya no da para vivir bien», y por ello están en busca de nuevas plazas. El negocio puede continuar a la baja, porque un grupo de empresarios del norte del país tienen planeado construir «un table dance gigante», dice.

Los operativos contra trata de personas, de la Procuraduría de Justicia del Estado, «ha espantado» a las hondureñas y muchas huyeron a otras ciudades o incluso a Estados Unidos.

Combate a medias

El presidente del Centro de Dignificación Humana, Luis García Villagrán, considera que los operativos contra la trata de personas no atacan el problema de raíz, ya que las mujeres que «son rescatadas» de los bares o prostíbulos permanecen en un albergue durante 20 días, para luego ser deportadas a su país, mientras que los presuntos tratantes van a parar a un penal.

Después de esta primera acción, todo parece truncarse, porque las encargadas de los negocios o madames, que en su mayoría son de origen centroamericano, «no tienen con quién carearse» durante el proceso porque las afectadas han sido expulsadas del país.

Hasta noviembre del año pasado, la Fiscalía Especializada en Atención a los Delitos en Materia de Trata de Personas había alcanzado 50 sentencias condenatorias en contra de la trata de personas, con una pena de hasta tres años de prisión y cinco mil días de salario mínimo, contra los presuntos delincuentes.

El abogado cuestiona los operativos contra la trata, ya que «se cierran dos negocios, pero se abren cinco» y pone como ejemplo que Puerto Madero es «toda una zona de tolerancia», donde no pasa nada, ya que no son clausurados los prostíbulos y tampoco se «rescata a mujeres» centroamericanas, que son víctimas de trata.

Los mismo ocurre en Huixtla, así como en Frontera Hidalgo o Pijijiapan.

Considera que «aquí hay un vacío de poder», porque «la ley no se aplica como es, y pone como ejemplo, que «hasta ahora nadie ha detenido a un capo de trata de personas», porque los arrestados «son encargados o dueños de bares, prostíbulos o centros botaneros».

En Tapachula, algunos de los prostíbulos o cantinas que han sido cerrados, son abiertos a los 10 o 15 días, después de pagar entre 20 a 50 mil pesos de multa.

Pero hay table dance que parecen «intocables», como El Jacalito, Las Morenitas y El Marinero, que son los lugares que tienen a las bailarinas de cuerpo escultural, todas de origen hondureño, muchas de ellas se ejercitan en gimnasios ubicados en los mismos sitios.

García Villagrán está convencido que debe elaborarse un plan de «políticas públicas» para combatir la trata de personas no sólo en Tapachula, sino «en varios municipios» de esta entidad porque «hay muchos cochupos» entre los policías y los tratantes de personas.

El activista sostiene que hay lugares como Huixtla, donde los pobladores han llegado a considerar que «la prostitución es algo normal», de ahí que sea urgente el intercambio de información entre México, Guatemala, El Salvador y Honduras, para desmantelar las redes internacionales de tratantes de personas.

Sobre el tema, la ex cónsul de Honduras en Tapachula, Patricia Villamil, asegura que con los operativos contra la trata de personas, muchas de sus paisanas han pasado de ser de «víctimas a victimarias» e incluso hoy en día este delito aun se sigue cometiendo «en la vista de las autoridades».

«Hay tanta prostitución y trata de personas en Tapachula, que yo no entiendo por qué nadie han hecho nada aún. Es un problema serio de grandes magnitudes», remarca.

Y matiza: «Las autoridades de los países centroamericanos, así como las de México viven aletargadas, porque sus campañas contra el combate a la trata de personas no son más que un anuncio publicitario, un show montado para el pueblo que ya no cree en esta política ineficiente y de impunidad».

‘Las menores de 18 dejan mejores dividendos’

Frontera Comalapa, Chis.- Kevín de siete años de edad, desde Choluteca, Honduras, le pide por teléfono a su madre, Lizeth, que cuando vuelva a casa le lleve «muchos juguetes», pero también una bicicleta; mientras que Angeline, de dos años, se conformará con ropa, cuenta la joven, una de las 200 meseras que trabajan en restaurantes, centros botaneros y cantinas, de esta población, donde los puntos de venta de cerveza y aguardiente superan a las escuelas.

La crisis económica y la violencia que impera en Honduras, expulsó en los últimos 15 años, a miles de mujeres de 16 a 35 años de edad, que viajaron a México, donde trabajan en centros nocturnos, casas de cita, cantinas y restaurantes, principalmente en municipios cercanos a la frontera con Guatemala.

Para acoger la mano de obra de esas jóvenes centroamericanas en esta población, de unos 29 mil habitantes, existen más de 300 expendios, depósitos de cerveza y licor, discoteca, centros botaneros, una zona de tolerancia y casas de cita, contra sólo 45 escuelas.

El ex regidor del PRI, Gonzalo Pérez Anzueto, da a conocer que los bares: El Eclipse, Ranchero, La Soga, El Columpio, Corcholata, Latazo, Tabú y Montura, son «los más grandes» del pueblo y cada uno puede albergar hasta 30 jóvenes que cubren horarios que van de 11 de la mañana a 11 de la noche, percibiendo hasta 80 pesos por cada cerveza que consumen con los clientes, aunque de ese dinero, 40 pesos le corresponden al dueño del negocio.

Lizeth, de 22 años de edad, costeña menuda y pelo rizado, se casó antes de los 15 años, pero su matrimonio se truncó. A ella le quedaron los dos niños que ahora viven con su hermana en Choluteca, la ciudad más importante de Honduras, colindante con Nicaragua.

Sin trabajo, Lizeth pensó emigrar a Estados Unidos, pero después supo que en el sur de México sus paisanas ganaban «buen dinero» como meseras y decidió probar suerte.

Marileth, hermana de Lizeth, una trigueña de 25 años, es extrovertida; a cada cliente que entra a El Eclipse lo recibe con un beso y le asigna la mesa que estará a su cargo, hasta que alguno de los hombres le diga que los acompañe para invitarle una cerveza.

El Eclipse está atestado de clientes; la música grupera resuena y desde el mostrador el encargado del negocio dirige a la jóvenes: «Lizeth, los clientes de las mesas de la entrada quieren más cerveza», «Marilin, Karla, Mary, Ingrid…», son sólo algunas de las jóvenes que visten de minifalda o jeans entallados en este lugar.

Para trabajar como meseras, las jóvenes no cuenta con permiso de las autoridades migratorias y en cualquier momento pueden ser detenidas por la policía.

Pérez Anzueto explica que hasta hace cinco años, los flujos migratorios eran así: «Grupos de polleros iban por las chavas hasta Honduras y aquí las ponían a trabajar; ahora son los dueños de los negocios los que van por ellas». Aunque, muchas emigran a México por su cuenta «porque ya saben la ruta», explica.

La investigadora de El Colegio de la Frontera Sur, Tania Cruz Salazar, expone que «las adolescentes migrantes que llegan a Chiapas regularmente son invitadas por dueños de bares o restaurantes para trabajar de meseras y al paso del tiempo de manera sutil son inducidas al comercio sexual, siendo los adultos varones quienes controlan y administran la venta de los cuerpos femeninos adolescentes».

Las jóvenes hondureñas no sólo trabajan en las cabeceras municipales, sino también en poblados como Chamic, Paso Hondo, Las Champas, Cuauhtémoc y El Jocote, de este municipio y decenas más ubicados en las cercanías de la frontera con Guatemala.

También se van a las «zonas de tolerancia» de Frontera Comalapa, Comitán, La Trinitaria, Motozintla, Suchiate, Benemérito de las Américas, Huixtla, Pijijiapan, San Cristóbal, Tuxtla, Venustiano Carranza, Socoltenango y otros lugares para vivir en pequeños cuartuchos.

En el caso de las jóvenes meseras en Frontera Comalapa, tienen derecho a un cuarto, desayuno y almuerzo.

Por una jornada de trabajo, las jóvenes no llegan a percibir más de 500 pesos al día, lo que representa tomar una docena de cervezas de 355 mililitros al día; las que duplican esta cantidad, al caer la tarde, están ebrias.

Al siguiente día, aun con la (goma) resaca, deben regresar al restaurante, para atender las mesas, en espera de que algún cliente le invite la primera cerveza.

 

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