La política y el viejo Heberto

JORGE TORRES / Reportemedia.com

La política mexicana se ha convertido en un espectáculo deprimente. Una puesta en escena cotidiana que busca engañar a sus aturdidos espectadores. Todos los días, a todas horas, aprovechando el boom mediático que, dicho sea de paso, sólo sirve para atiborrar al respetable de sandeces, los políticos mexicanos nos deleitan con escenas de simulación y falsos debates. La política ha muerto, pero el político soez y corrupto está más vivo que nunca.

Los tiempos del viejo Heberto Castillo quedaron atrás, aquellos en donde el hombre se jugaba la vida por debatir y decir lo que pensaba de la política mexicana y de sus miserables participantes.

Hace muchos años conocí a Heberto Castillo en el Senado. Conversamos sobre política y sobre la amistad que prevalece en condiciones difíciles. Yo estudiaba periodismo y Heberto Castillo era senador de la República. La entrevista empezó como una pesadilla debido al temperamento hostil y duro del viejo político, pero mientras se relajaba en los mullidos sillones del recinto parlamentario, la conversación se tornó amable, cordial. Durante muchos días había solicitado una entrevista con el senador y simplemente me evadía, me mandaba al carajo sin más explicación que una mueca feroz de su cara surcada por el paso del tiempo.

La terquedad triunfó sobre la hostilidad del viejo Heberto y platicamos durante un buen rato. La entrevista sobre la agenda política del momento derivó en una conversación sobre los principios que deben prevalecer en la actividad pública y la amistad que debe ser cultivada en un medio saturado de traiciones.

Los principios no se venden, me dijo Heberto Castillo, y en la política lo que debe prevalecer es la integridad y el bien común. Me habló sobre la amistad que mantenía con el periodista Julio Scherer. Me contó una anécdota que dibuja a Scherer y que habla del amigo que fue el viejo Heberto.

La esposa de Heberto Castillo daría a luz a uno de sus hijos en un hospital en la ciudad de México. Discreto como era, aquello era prácticamente un secreto para sus amistades. No esperaba a nadie, envuelto en un ambiente de intimidad al lado de su esposa. Al cabo de unas horas, antes de abandonar el hospital, escuchó por la ventana un auto que golpeaba la carrocería una y otra vez. Al principio no hizo caso pero los golpes continuaban y se asomó por la ventana. Era Julio Scherer estacionando su vehículo.

¿Qué haces aquí, cómo supiste?, le dijo Heberto Castillo a Scherer. Soy periodista, no preguntes, le respondió el ex director de Proceso y le entregó las flores que llevaba para su esposa.

Heberto Castillo pertenece a otro tiempo, un tiempo en el que la vergüenza política todavía tenía un valor. Y es que a lo que en un tiempo se le llamó izquierda, en donde incluso el propio Heberto Castillo militó, ahora se vende al mejor postor. Se deja sobornar por el gobierno que combatió el viejo Heberto y no muestra un mínimo de vergüenza al aliarse con la derecha.

Heberto Castillo era un político íntegro. Fue un activista feroz pero siempre defendió la libertad. Lo intentaron matar por eso. Para nuestra mala fortuna su ejemplo no prevalece y la política mexicana se ha convertido en un espectáculo deprimente, en un chiquero en donde la simulación y el hurto de los dineros públicos es lo más importante para hacer carrera en ese ambiente.