Dueñas de la noche / Las “Sugar baby” de la Mina / Crónicas de Juaritos

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Diario 19

 

POR LUIS CARDONA / Foto y Texto

 

Gloria llegó a Ciudad Juárez a los trece años, cursaba segundo año de secundaria, “acá la terminé con mi niño en la panza… nació cuando yo no cumplía quince”. La preparatoria intentó cursarla, pero le fue imposible, debía cuidar de su bebé y como no trabajaba la dejaron cuidando a sus tres hermanos menores junto a su hijo. “Mamá y papá se encargaron de trabajar”.

“Pero, pos ya soy grande ahora, cuando cumplí los 16, con mi bebé de casi de dos, me fui a la Maquila. Mi má dejó de trabajar. Es más chinga cuidar a los hermanos y al hijo que dos turnos en la pinche maquila. Aunque también en la maquila está cabrón, por eso en cuanto pude ya a los dieciocho, con la credencial de elector pos me vine para acá. Aquí sacó en tres días lo que mi pá en una quincena, ji ji. Pero pos no saben”.

Tiene el cabello largo lacio. Rasgos indígenas. No mide más de un metro sesenta centímetros. Llegó vestida con una sudadera gris que le cae a media cadera. El pantalón es de mezclilla “gringa” comprada en  las segundas del mercado “16 de septiembre”. Sus tenis Nike “piratas”, nuevos, contrastan con el atuendo. Es mal hablada “porque así te vuelves aquí, los viejos así son y pos aprendes a hablar como ellos para ganar más”. Gloria llega al lugar donde trabaja desde hace dos años. Es un sótano por la calle Mina, en el centro de Ciudad Juárez. Del jueves al sábado llega a las 4 de la tarde y sale a las dos de la mañana. La rutina es sencilla, con una mochila colgada de los hombros sobre la espalda, baja la escalera gira a la derecha. Nadie la toma en cuenta, entra al baño saca su “ropa de trabajo” y se cambia.

En quince minutos sale convertida en “una mujer”. “Me gusta ese momento, porque sé que soy otra, y pos ¿quién te paga por bailar?.

Cuando sale del baño concluye el ritual, entrega la bolsa con el guarda ropa, le dan un boleto para recogerla a salida. Los tenis se convirtieron en un par de zapatos de tacón alto con plataforma, negros, con una rosa en la punta. El vestido muestra sus hombros entre el cuello y los brazos por donde cae la prenda hasta la mitad de sus antebrazos, es verde, “fosforecente”. A nivel de la pequeña cintura, el vestido estrecho se disuelve sobre las caderas y la mitad de las piernas. “Mis piernas son lo mejor que tengo”, dice, y en cuanto voltea con el cabello suelto que le cae tapando el escote donde se adivina el busto grande, llega un señor de unos cincuenta años, de botas picudas, pantalón de mezclilla que no llenan sus piernas, un cinto con hebilla al estilo “chero” de los ’80. Sombrero y camisa a cuadros. Sin mediar palabra pasa su mano izquierda por la mitad del cuerpo de Gloria que le brinda un beso en la mejilla y de la mano se la lleva a la pista; es hora de bailar.

El trabajo de gloria no es en un “Tabledance”, tampoco es prostituta. Ella es bailarina como otras 150 damas que dejaron sus empleos formales, con prestaciones en la industria sin chimeneas, de donde “vuelan” por los bajos salarios, el acoso laboral, sexual y la “Chinga” de estar paradas todo el día”.

El lugar donde baila Gloria esta increíblemente plagado de historias. La parafernalia es deliciosa. Llegan ataviadas con finas joyas de bisutería, las más grandes. Pantalones ajustados las de gran cuerpo. Vestidos largos, las de piernas delgadas, minifaldas las más ejercitadas, con escotes seductores otras, y colores vivos, para ser detectadas de forma inmediata por los galanes bailadores que por diez pesos la pieza, le pierden el miedo al ritmo que toque el grupo. No importa si son cumbias, pasito duranguesa o norteñas.

El grupo musical es de cinco elementos, “Tocamos de todo” platica Roberto el cantante. “Lo que más le gusta a la morras son las cumbias, esas entonan a los más viejillos, por que mueven las caderas, alzan las manos, los tocan de lejos, y ellos con pasos que casi se caen, se sienten vivos de nuevo. No necesitan sexo, con eso son felices, con verlas y tocarlas en la danza. Cuando tocamos rolitas calmadas, hasta pagan tres o cuatro rolas por adelantado y pos ellas son generosas”.

Contrario a lo que pudiera creerse, durante las diez horas que platicamos, observamos y bailamos, no hubo un solo conato siquiera, de violencia. El lugar con aforo para trescientas personas, en completa calma. Las hieleras no alcanzaban a enfriar bien la cerveza al acomodar la segunda tanda. Decenas de caguamas, cuartitos y medias llenaban los cartones, y a la bodega. 25 empleados directos atendiendo.

En una hora  Gloria puede completar ocho bailes, no es de las más solicitadas, el promedio son 10, que significan 100 pesos. Ganar entre 800 y mil pesos por noche está bien, tres veces más que un salario en una maquiladora, dice. Además la bebida no les cuesta, los varones que las sacan a bailar por lo regular invitan la copa. “Haciendo cuentas “gordito”, vengo sacando poco más de dos mil setecientos pesos en tres días, contando las propinas. Poquito más que lo que gana mi pá. El se encarga de hacer el aseo, pero luego, ni está con la maquila, es un servicio de fuera, y los tratan re mal, ni seguro les dan, pero como mi pa, solo tiene primaria, pues ni modo, y luego hace otras cosas con los vecinos, le hace a todo. Antes gastaba en sus cervezas, ahora se las compro yo, pa que le dé el dinero a mi má y no haya pleito. Lo que gano aquí le doy una parte a mi má, pa los gastos, y 500 los invierto en comprar y vender zapatos. Los compró a un camarada que conocí aquí en el baile, los convierto en mil más los domingos en el tianquis. A mi hijo no le falta nada, va a la escuela ya. Y tiene a su mamá con él. En la maquila no se gana ni para la guardería. ¡Ay, no!. Ni me acuerdes de esos días. Hasta lloraba”.

La plática entre descanso y descanso, se llevaba algunas dudas, entonces le compramos cinco canciones y una soda “de sabor coca”. “Si salgo cansada, no te creas, y ya al final tienes que ponerte abusada, yo me salgo quince minutos antes, porque ya los viejos, andan muy tomados y quieren llevarte al hotel, y pos no somos “prostis”. Si hay quien se va, luego de que se conocen bien, pero la mayoría no nos gustas. Jaja, yo por allá a escondidas tengo mi novio, pero me cuido mucho de no embarazarme, porque si no se me acaba el trabajo.

Para Gloria el amor se acabó. “Pues yo dí mis nalguitas por taruga, por ansiosa, a un amigo de la secundaria, ya no se ni dónde vive, la verdad ni me importa, nunca quise nada con él, solo me embarazo. Pero esas cosas del amor no son para una. Mira éste con el que ando, trabaja de carrocero. Gana bien, pero imagínate vivir con él, siempre oliendo a pintura, y luego con mi bebé, que tal si no lo quiere. No, ya aprendí que puedo hacer todo sin un hombre, claro tengo mis necesidades y pos con él me arreglo, pero hasta ahí”.

El baile es además para Gloria una distracción, dice que la hace sentirse como artista, le gusta la Cumbia. “Bailando soy feliz, a veces hasta perreo. Ja ja, no siempre, pero me gusta hacerlo, además eso me hace importante, y me buscan más. Ay, no. No creas que soy puta, ¿he?. Yo no tengo nada contra las “prostis”, pero no es algo que me emocione. Si puedes ganar tres veces lo que gano, pero pos nunca falta un padrote que te esté chingando, yo las veo aquí afuera, y como que se van acabando más que uno. Se ponen viejas muy rápido, y aquí, no. Es como un Gym, o una academia de baile, puro ejercicio, y te da para comer decentemente. Pa qué le busco más. Los encargados y personal, no se mete contigo, ni te acosan como aquellos cabrones de la maquila. En la maquila hay hasta más enfermedades de esas feas, que acá. Ja ja. Allá los viejos nomás andan tras de ti. Hay más viejas panzonas allá, que acá, neta”.

Para Roberto el encargado del Lugar, el negocio es una fuente de empleo, dice que mantiene, los 25 empleados directos, 150 bailarinas, unos 30 vendedores ambulantes de golosinas, duritos, chicles, mentas, y semillas, y otra clase de bailarinas “de más categoría, que no se sientan en la banca pegadas a la pared como las que cobran 10 pesos la canción. Estas son chamacas que tú las ves y las vas a identificar inmediatamente porque son muy bellas, de cuerpos de artista. Ellas se rentan para bailar y compartir con el cliente por 250 pesos la hora. ¿Cómo ves?. Claro que tienes que invitarles aparte la copa, la cerveza. Casi todas toman cerveza aquí, y no son de ficha, ¿he?. Además tratan de no emborracharse, porque si no pierden clientes. Son muy amables, y les caen bien a los clientes. Durante el tiempo que las contrates, ellas están contigo. Depende de cuánto quieras gastar por tener compañía y bailar. No son putas, no se rentan para tener relaciones, exclusivamente bailan y se sientan contigo a platicar de lo que quieras”.

Así trabaja cuatro días a la semana Yasmin, así literal, escribe su nombre. Yasmin, trabajaba hace tres años en Delphi. Tiene entre 32 años de edad. Mide más de un metro 75 centímetros y con tacones, algunos de sus clientes son más bajos que ella. Un tipo de tejana blanca, camisa roja, pantalón de mezclilla, botas coloradas de armadillo de Coopel, le pagó tres horas. La última hora, el tipo ya no podía bailar, se le cansó. Entonces se fueron a sentar, con cinco caguamas el acompañante ya no podía hablar. Solo la abrazaba, y ella lo consolaba. Le tomaba la cara por los cachetes, y le daba besitos, como si fuera su hijo. Finalmente se cumplió el tiempo. Le agradeció al hombre, se levantó y  salió un rato del lugar. La seguí.

“Salí a sentarme aquí en el carro mijo. Es que necesito aire. No creas que me siento mal el hombre es amigo, se porta bien, pero lo dejó su mujer y anda chiple. Pero se le acabó el dinero. Ya hice lo que pude por él, jaja”.

 

Solo constató la versión del encargado del lugar. El mismo discurso que Gloria. Pero ella gana por cuatro días de trabajo, cerca de ocho mil pesos. Le gusta porque no es un trabajo indigno, hace ejercicio, se mantiene bien de salud, no toma demasiado, con el baile se ahorra el Gym, y puede sostener a sus dos hijos adolescentes, una mujer y un hombre. “Yo era recepcionista de una de la plantas de la maquiladora. Ay, pero si vieras como andaban tras de mi los tipos. Cuando entré a trabajar fue porqué enviudé. Mis hijos estaban chiquitos. Pero nomás aguante ocho meses. Así –señala con la mano reuniendo las puntas de dedos- mira, fila de cabrones corrientes, invitándome a irme con ellos de parranda los fines de semana y claro, querían cama. Es más difícil lidiar con eso allá, que aquí. De verás, aquí estos borrachos te respetan más. Como por lo regular son gente que en sus casas no los quieren, o de plano no tienen forma de que una mujer los quiera, pues se portan hasta lindos contigo. Nunca faltan las flores, ni los regalitos. Anillos, pulseras, claro nada de oro, si acaso de plata, pero hasta lo agradeces. Allá no, antes te ofrecen desde un celular hasta un carro, pero tienes que darles las nalgas. Y como no te pagan muy bien, hasta te haces la pregunta de si valdrá la pena, ¡pero no!. Mira, yo deje ese empleo, porque un día un amigo me trajo aquí, amigo, no creas que nada de otra cosa. Me dijo vamos para que veas el negocio que es. Ja ja y me quedé”.

A la siguiente semana nació Yasmín, la mujer más cotizada del lugar. Una historia más. Yasmín avienta antes de irse nuevo al salón, una frase “mientras pueda, de aquí vivo. Cuando no pueda, a la mejor me caso”.

Lo que en apariencia es solo una historia de dos mujeres con una actividad diferente para sobrevivir, si se observa de otro punto de vista, lleva paralela una condición económica baja, en verdad fuerte. Fuentes de trabajo un tanto desconocidas para la mayoría de la gente, que no significan deshonestidad ni falta a la moral, sino actividades alternativas al grave problema de la falta de empleo bien remunerado, porque todo aumenta, cada año los servicios rebasan en mucho al salario mínimo que se espera llegue a los cien pesos en 2018.

El encargado del antro se refiere entonces a una singular manera de ver las cosas. “, Te imaginas lo que significaría para mucha gente, la extensión de horario. Nombre hasta con mayor seguridad para ellas, y para nosotros. Salir a las cinco de la mañana te garantiza mayor seguridad, más transporte. Hasta se activa más la economía, con los restaurantes, los desayunos para los desvelados, y la violencia desciende porque la gente no sale más que para irse a su casa ya va cansada, ya no va a buscar el “after”, se va a desayunar o a casa a dormir”.

“Hoy es más peligroso todo por ese horario que causa accidentes y fomentan la corrupción, desde policías, tránsitos, hasta inspectores y funcionarios”. Las afirmaciones de Roberto son las de muchos de los propietarios de lugares cómo éstos que visitamos en el centro de Ciudad Juárez. El Centro de Ciudad Juárez es una realidad aparte al resto de la ciudad, confluyen identidades diferentes, es una mezcla de culturas, sin embargo no es una torre de babel, diariamente conviven más de cinco mil personas en diferentes actividades, desde pedigüeños, taqueros, vendedores de todo, ambulantes, propietarios de negocios de ropa usada, nueva, calzado, hasta las dueñas de la noche.

Aumentar tres horas los horarios, no solo en sitios turísticos, haría a Juárez una ciudad más tranquila asegura Roberto que ha sido empleados de bares, cantinas y salones de baile durante cerca de 18 años.

Mientras tanto las autoridades de Gobernación, aseguran que antes del día último de2017, pudiera publicarse en el diario oficial, el decreto. La revisión que haga el congreso será determinante. Los pros y contras de una extensión de horario, son tarea ahora legislativa.

 

De la Maquila al “Teibol”

Deyanira colgaba cabeza abajo con la piernas abiertas en escuadra, el cabello largo llegaba hasta sus manos que se aferraban al tubo, mientras los caballeros observaban sus senos apretujados entre el sostén negro. Las piernas abiertas dejando adivinar secretos, permitiendo sueños, que entre cerveza y cerveza esperan que baje y se agache frente a ellos para dejarle un billete de veinte pesos entre la malla que separa su vagina de los ojos abiertos y los dedos diletantes.

Yuliana está en la otra pista. Entre su tanga oscura y el “brasiere”, se encuentra un ser en formación. Sus cinco meses de vida intrauterina se adivinan en el vientre que lo guarda. Por lo pronto su madre baila frente a la concurrencia sentada en rededor de una pista larga. Los zapatos de plataforma y tacón alto, mantienen erguidas sus nalgas, mientras recarga la espalda en el tubo, con las manos sueltas, contoneando la cadera en un vaivén subyugante para el hombre que le grita piropos y agita un billete de dólar.

Itchel espera sentada a que el DJ le llame a la pista. Su diminuto atuendo roza apenas sus oníricos rincones sexuales. La contraluz de los rojos “spot ligths” deja una imagen de aparente introspección. Para la espera calma el hambre con un buñuelo y una “indio” de cuarto. Los buñuelos los lleva un amulante, por veinte pesos la bolsa mantiene despiertas a las chicas que desde la una de la tarde, esperan clientes.

Las tres son menores de veinticinco años. Madres solteras a las que los trabajos formales solo dejaron desesperación económica. Dos de ellas en su paso por las líneas de producción, procrearon hijos en relaciones poco comunes para el resto de la sociedad. Fueron abandonadas por sus parejas. Son mujeres sobreviviendo entre la oscuridad, focos rojos cerveza y mentes agitadas. No son prostituas afirman las tres, y sonríen. “Cuando mucho nos sentamos sobre ellos y jugueteamos un poco con las manos en sus huevos”. Itchel es la mayor, la que tiene más experiencia.

Las historias de la noche son fascinantes en tres días son capaces de ganar de jueves a sábado hasta doce mil pesos por sus bailes en la pista y la compañía con los clientes.

“Mijo, sabemos dónde estamos, estos cabrones no toman leche. Quieren cerveza y mujeres, no vienen a misa. Quieren coger, o al menos sentirse bien agarrando chiches y nalgas”. Itchel es así “le vale madre”, asegura que no ve al pasado, que sus dos hijos están  muy bien y si su cuerpo le da para tenerlos en buenas escuelas, que así sea. “Cuido mucho a mi niña, no sabes como son de cabrones los hombres, está pequeñita aún, pero siempre hay cabrones que se pasan de vergas y andan tras la niñas. Yo la cuido y la cuidaré “forever”, soy una pinche “liona”. “Mi hijo está apenas creciendo, pero no será como su padre”.

Con casi cincuenta mil pesos mensuales de entradas, cambió su residencia de la Bellavista a la ex hipódromo, porque “hay más escuelas chidas para ellos”. Mi madre los cuida. Si sabe a qué me dedico pero en la colonia no saben que hago. “Lo que saco aquí invierto en ropa de segunda y los días que no vengo al jale, me pongo a vender chingaderas en el “porche” de la casa”.

El centro de Ciudad Juárez está lleno de historias, desde los ambulantes que todo observan, policías que deben cumplir cuotas, prostitutas, vendedores de ropa pirata, restaurantes, chinos, veracruzanos, oaxaqueños, chiapencos, juaritos, chihuahuitas, bares, cantinas escuelas, colectores colapsados, aguas pestilentes, tacos de tripas, lonches de colita de pavo, carne asada, burritos de a seis pesos. De noche la diversión es igual que en cualquier parte, talvez, hasta mucho menos violenta que en la zona dorada.

A pesar de la “malandrada”, los antros están tranquilos. “Son gente tranquila que salen a gastar lo que pueden. muchos vienen de fuera y salen a desahogarse de los cuartos donde viven”. ”Roberto el encargado del sótano de las dueñas de la pista, tiene clara la vida en el Centrio de Ciudad Juárez. Necesitamos obra pública, si. Eso sería bueno. No solo en la parte turística de Juárez. Los pobres también merecemos cosas chidas, ¿o no?”.

Entonces Deyanira, baja del escenario. Sudando, da un trago grande de cerveza, le dan una toalla pequeña, se seca el cuello, la cara y los brazos. Se sienta a un lado mío. Observa para cualquier lado. La indiferencia es total.

Llega el mesero a una seña, le encargo un par de cervezas, entonces se da cuenta de que estoy allí, y cambia la orden, quiere una bebida preparada. 150 pesos, mi capital se verá mermado seguramente si no hago preguntas específicas.

¿Andas cachondito Gordito?, pregunta.

Sube su pierna a la mía. “ Pa descansar”.

Arriba del escenario se observaba inmensa, acá abajo, es más pequeña. Su cuerpo se ve fuerte. “Es porque hago un chingo de tubo mijo”. Sus manos tienen callos. “Son de tanto agarrar el fierro”, la carcajada por el doble sentido, intenta romper barreras.

Traéme otra, le dice al mesero que acaba de llevar la primera bebida. 300 pesos, más la mía 330.

“No perdamos el tiempo”, mete su mano entre mis piernas y con la otra levanta el trago y de un sorbo termina, el mesero ya trae la otra.

Se sube en mí, y a ritmo de la música mueve su cuerpo. La tomo de la cintura, la bajo y extrañada, pregunta “¿qué pedo gordo?”.

Le comentó que solo quiero platicar de su vida.

Ríe, y cuando le explico de qué se trata, le habla al encargado. “A ver, este wey es periodista, ¿qué pedo?”. Entonces le explicamos que es cuestión testimonial, que si no quiere responder, no hay problema, y contesta “ El pedo es que me haces perder tiempo gordo, dame quinientos y me estoy media hora”.

No alcanzó el presupuesto. Se fue.

No tardó mucho en encontrar pareja.

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