¿Se pueden retirar?; voy a dar a luz

Rodrigo Soberanes/diario19.com

Maricruz Juárez Parra nació sin atención médica, en El Olvido. Una noche de mayo de hace 15 años, su madre le pidió a las visitas que se fueran y enseguida dio a luz en un cuarto con piso de tierra, paredes de madera y techo de lámina.

“Le pedí a mi marido que le diga a los señores que se vayan y que me oye uno de ellos y me dice: ‘¿por qué quiere usted que me vaya?’, y le dije: no, no los estoy corriendo, ¡es que parece que voy a dar a luz!”, contó la señora Trinidad Parra.

Maricruz, integrante de una familia indígena, contó su historia desde ese mismo cuarto donde nació, en la comunidad de El Olvido, en Coscomatepec, uno de los municipios con mayor rezago social de Veracruz, de acuerdo con el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), y con más adversidades para las mujeres de su edad.

Las visitas de la noche de su nacimiento eran unos albañiles que construían la escuela secundaria de esa comunidad serrana. Minutos después de que salieron del cuarto, una bebé recién nacida era arropada por su madre, quien yacía sobre una “sábana de costales”.

Los embarazos tempranos, no deseados y no planeados, y el incremento en riesgo de contagio de enfermedades venéreas, abortos inseguros, violencia de género y defunciones maternas son parte de la vida en El Olvido por encima de la media estatal, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi 2010).

Maricruz, su hermana Julisa, de 16 años, y su amiga Miguelina Espinoza Torres, también de 16 años, estudian en el telebachillerato (Teba) de Huilotla, comunidad aledaña a El Olvido. Si se gradúan, serán unos casos aislados dentro de una comunidad indígena que, según sus testimonios, no quiere mujeres educadas.

Las tres están decididas en estudiar la universidad. Para ello caminan unos seis kilómetros cada día, soportan calificativos despectivos y se acuestan a altas horas de la noche. Nunca han incumplido con una tarea, según dicen, muy seguras durante la entrevista con Jornada Veracruz.

“No te puedes salir a trabajar a otro lado porque enseguida te inventan algo, incluso, a todas las que van al Teba les hacen chismes. Que las trae el novio, que hacen no se qué en el camino (…) con esa mentalidad, muchas prefieren no entrar para que no les hagan chismes”, contó Maricruz.

“Pero nosotras vamos aunque nos inventen chismes”, interrumpió Miguelina, apoyada por Julisa.
“Que digan misa, ellos se cansan más hablando de mí que lo que les hago caso. ¿Para qué voy a preocuparme? si estuviera preocupada por eso, nunca dejarían que fuese yo a la escuela”, reiteró Julisa.

En Coscomatepec, 33 por ciento de la población de 15 años o más está clasificada como “analfabeta” y 82 por ciento del mismo rango de edad no ha completado la educación básica.

Según el Consejo Nacional de Población (Conapo), la mitad de los adolescentes de ese municipio serrano y con población predominantemente indígena, abandona los estudios a los 17.3 años de edad, con frecuencia, a causa de que inician una vida en pareja y la formación de una familia.

“Aquí las mujeres sirven para tener hijos y hacer tortillas”, dijo Miguelina, y las tres adolescentes rieron, mientras doña Trinidad –mamá de siete mujeres– sonreía discretamente y preparaba café para todos.

El Consejo Nacional de Población (Conapo) señala que 98 por ciento de las mujeres de Coscomatepec de entre 15 y 19 años con vida sexual activa, conoce el uso de métodos anticonceptivos pero sólo el 45 por ciento los usa.

El Conapo sostiene que la reproducción en la adolescencia presenta un carácter de “involuntario”, y uno de cada cuatro embarazos entre adolescentes, no fue planeado.

Maricruz, Julisa y Miguelina son tres jóvenes indígenas en la entrada de su edad reproductiva que quieren transgredir las costumbres de su pequeña comunidad de al rededor de 600 personas.

Asisten además a las sesiones del Proyecto Redes Comunitarias por la Salud, donde les hacen énfasis en el respeto y la protección de sus derechos sexuales y reproductivos.

Las tres coinciden en que, cuando logren cursar la universidad (es decir, si se salen de todas las tendencias que las rodean), regresarán a su comunidad a ayudar con sus conocimientos.
Maricruz quiere ser maestra, Julisa, doctora y Miguelina, también doctora.

“Quiero ser maestra, me gusta mucho bailar, me llaman la atención los viejitos, las personas que son pobres y de a tiro no tienen ni qué comer. O a las personas que tienen alguna enfermedad me dan mucha tristeza verlas”, dijo la adolescente que nació minutos después de que su madre le diera de comer a un grupo de hombres en su modesta cocina.