La angustia de los periodistas desplazados en México / @esecarlo

diario19.com / Carlos Acuña / Eme-equis

 

La violencia contra los periodistas no es reciente. Tiene varios años y cruza al país. Profesionales del periodismo han tenido que abandonar sus estados de origen y refugiarse en el DF, donde habían encontrado un lugar en el que curar y diluir sus miedos. Hoy, luego del asesinato masivo en la Narvarte, se han levantado de nuevo temores y preocupaciones.

Saben que el riesgo es latente, que ninguna organización civil podrá salvarles la vida y que, en cambio, sí es obligación del Estado mantenerlos con vida. Luis Cardona, Rafael Pineda y Mario Segura salieron de Chihuahua, Veracruz y Tamaulipas, respectivamente, después de haber sufrido secuestros y amenazas. Llegaron a la capital en busca de preservar su vida. Así lo han hecho, con altibajos y dificultades. Esto es lo que han vivido desde entonces.

Luis Cardona siempre supo que la Ciudad de México no era un refugio seguro. Después de que un comando de encapuchados lo levantó en Nuevo Casas Grandes, Chihuahua, por la publicación de una serie sobre extorsión y secuestro; después de que le vendaron los ojos, lo amarraron y lo golpearon hasta cansarse; después de que lo dejaran vivo sin explicación alguna, Luis Cardona llegó al Distrito Federal. Aterrizó en la capital con el apoyo de Artículo 19 y otras organizaciones, pero durante semanas lo único seguro que tenía era el miedo. Luis no podía dejar de pensar que los tentáculos de quienes lo amenazaron con matarlo podrían llegar hasta el hotel donde se hospedaba.

Sin trabajo y muy pocos pesos en la bolsa, acudía a terapias, intentaba ordenar su mente. No, nunca se sintió seguro y le extrañaba que otros colegas amenazados caminaran como si nada por la calle. Los argumentos no lo convencían. —Recuerdo una reunión que tuve en la Roma, con gente de Artículo 19 y Periodistas de a Pie. Yo les dije en aquel entonces que el DF me parecía igual de peligroso que otros estados— comenta vía telefónica—. Todos me dijeron: ‘No, mira, el DF es muy seguro, porque aquí hay mucha gente, cámaras de seguridad, comandancias de policía siempre cercanas. Pero eso a mí no me cuadraba.

No es posible que en una ciudad tan grande, tan económicamente fuerte, no se muevan los cárteles, no cobren derecho de piso, no extorsionen, no asesinen. Les dije que un día algo así iba a pasar, que necesitábamos prever algo así, prevenirnos. Se veía venir. Se refiere al asesinato de Rubén Espinosa y de Alejandra Olivia Negrete, Yesenia Quiroz Alfaro, Mile Virginia Martín y Nadia Vera, quien había llegado al Distrito Federal por las mismas razones que Rubén: huir de las amenazas que había recibido en Veracruz por su activismo político.

Todos tenían claras huellas de tortura, además de un tiro de gracia en la nuca. Luis Cardona suspira al pensar en el caso. El sábado 1 de agosto, cuando el multihomicidio ya era noticia nacional, vio cómo el miedo se apoderaba de otros colegas y amigos que, como él, habían sido amenazados, torturados. “Vienen por nosotros”, decían. “El DF ya no es seguro”. Pero es que el DF nunca lo fue, asegura. —Al llegar al DF, la gente de Artículo 19 me recomendó con otro camarada, alguien que trabajaba con Denisse Maerker en la tele —recuerda Cardona y deja entrever el miedo, la rabia de aquellos días—. Era un periodista que había sido secuestrado y que, según me dijeron, podía darme trabajo.

Me citó en una cantina de Paseo de la Reforma. Cuando llegué, él estaba con alguien más de TV Azteca y con alguien que ahora trabaja en la PGR. “Lo que tú necesitas es ponerte bien pedo”, me recetaron. Esa noche se bebieron más de cinco botellas y la cantina no les cobró un peso. “Ya todo está arreglado, no te preocupes”, me dijeron. “Vámonos a un table”, propusieron después. Y ya sabes, en trocas cuatro por cuatro. Los recibían por su nombre, los trataban como reyes.

A mí me encabronó todo eso. Yo venía huyendo de ese mismo ambiente en Juárez. Sólo quería regresar a mi casa. En algún momento llegaron unos tipos, en camionetas blindadas, narcos. Se saludaron todos como los grandes amigos. Fue cuando ya no aguanté. Les dije: “Me voy a ir caminando”, pero yo apenas conocía la ciudad, no sabía cómo regresarme. “No, cabrón, espérate. Ahorita conseguimos que alguien te lleve”. Y me pusieron dentro de un auto oscuro, vidrios polarizados. Me llevaron a mi hotel y esa noche no pude dormir del miedo. No podía dejar de pensar que así había empezado todo en Juárez

No es la primera vez que un periodista muere asesinado en la Ciudad de México. El caricaturista Rafael Pineda, Rapé, recuerda que conoció a Rubén Espinosa una mañana de septiembre de 2011, durante una manifestación. Unos días antes, los cuerpos de Marcela Yarce y de Rocío González fueron encontrados en un parque de Iztapalapa. Ambas trabajaban en la revista Contralínea. Como ya es usual, la línea de investigación descartó la labor periodística como posible causa de la muerte. —A Rubén lo encontré en la manifestación, frente a la Procuraduría de Justicia del DF. Me extrañó encontrarlo aquí. Apenas lo conocía, pero lo ubicaba por su actividad en redes sociales —cuenta Rapé—. Me explicó que lo habían mandado de corresponsal. Yo había pasado un tiempo en el extranjero, porque también me amenazaron en Veracruz, y recientemente había llegado al Distrito Federal.

Me lo encontré allí, en la mañana y nos la pasamos todo el día platicando. A partir de entonces nos volvimos muy compas. También Rapé piensa que algo se rompió a partir del multihomicidio. Hasta hace todavía poco tiempo, la Ciudad de México era reconocida como un lugar seguro para los refugiados. Las tendencias políticas de sus gobernantes, los diversos grupos de activistas y defensores de derechos humanos, las millones de personas que a diario transitan por aquí creaban cierto ambiente de tranquilidad. Los chilangos, acostumbrados a escuchar sobre fosas, ejecuciones y desapariciones forzadas como una noticia lejana, de pronto se encontraron con que la muerte también llamaba a sus puertas.

Casi cuatro años después de haberse refugiado en el Distrito Federal, Rapé había ganado algo de tranquilidad. Sus colaboraciones en El Chamuco, Milenio, su participación en Rompeviento TVy en colectivos como Periodistas de Pie yOjos de Perro lo mantenían ocupado.

Ahora, ha vuelto la ansiedad, el temor. Y Rapé cree que no hay cosa más peligrosa que el miedo. Sabe que tiene que volver a tomar medidas cautelares, preventivas. Volverse aún más cuidadoso. “Temo por mi vida y por la de los míos, otra vez”. —Algo ha pasado en la Ciudad de México. Hay un cambio de actitud desde el gobierno. Lo vimos desde el primer día, cuando Peña Nieto tomó protesta. La forma cómo se trató a la prensa entonces fue brutal. Nos preocupa, especialmente, que los más afectados sean los fotorreporteros como Rubén. En marchas y manifestaciones, ellos van con todo y les toca por todos lados.

Un día antes de esta entrevista, el gobernador de Veracruz, Javier Duarte, ofreció una conferencia de prensa para hablar sobre el caso de la Narvarte y las acusaciones en su contra. Destacó la buena salud del periodismo en su entidad, en donde existen más de 500 medios impresos, 500 digitales, 159 radiodifusoras, 65 sistemas de cable y tres televisoras abiertas. Sin embargo, según denunciaron periodistas locales, a la conferencia sólo fueron invitados 27 reporteros, camarógrafos y fotó- grafos, en total, todos afines a su gobierno. —Ayer escuchaba a Duarte decir todo esto y llenándose de orgullo. Según él, es positivo porque son menos los periodistas que se van, en comparación con los que llegan. El problema es que mucha gente piensa que, en serio, el periodismo es eso: replicar los boletines de prensa de los funcionarios. Estar a su servicio, como textoservidores. Veracruz me provoca tristeza. Porque sigue igual que cuando yo me fui. Peor.

Después de ser secuestrado durante siete días (emeequis 315), Mario Segura llegó al Distrito Federal gracias al apoyo de Artículo 19, quien además le brindó atención psicológica para él y su familia. Fue el primer periodista en inscribirse al Mecanismo de Protección de Periodistas y Defensores de Derechos Humanos a nivel federal. Y desde entonces entendió que el Estado no sólo era incapaz de resarcir el daño, sino que en muchas ocasiones sólo lo empeoraba todo.

En aquel entonces, principios de 2013, no recibió ningún apoyo para tratar la diabetes que padece desde hace años, nadie pudo hacer nada para evitar que sus tres hijos perdieron un ciclo escolar, ni todo eso que ocurre cuando uno tiene que abandonar la casa, los amigos, el trabajo.

Cansado de vivir en hoteles y refugios, durante meses intentó gestionar una vivienda. Sólo estableciéndose en algún lugar podía pensar en replantear su vida. Los funcionarios le ofrecían casas en obra negra, ocupadas, vandalizadas o en zonas igual de peligrosas que su natal Tamaulipas. Al final, se conformó con una vivienda en el Estado de México, sin sanitarios, con una deuda de luz y agua encima. —El mecanismo no funciona —dijo en entrevista con emeequis a finales de ese año horrible—. Pero entiendo que soy un conejillo de indias, soy el primer periodista que se inscribe al mecanismo. Entiendo que hay fallas inevitables, pero es parte de mí responsabilidad hacer que funcione.

Hoy, Mario Segura parece más tranquilo. Se ha acostumbrado a su nuevo hogar pese a que la casa aún no ha sido pagada por el mecanismo. Fueron tantas las dificultades y Cansado de vivir en hoteles y refugios, durante meses intentó gestionar una vivienda.

Sólo estableciéndose en algún lugar podía replantear su vida. Los funcionarios le ofrecían casas en obra negra, ocupadas, vandalizadas o en zonas tan peligrosas como su natal Tamaulipas. Las dificultades para conseguir esa pequeña vivienda que ahora el mecanismo descarta de inmediato entregar una propiedad a los periodistas amenazados. Aunque su situación laboral todavía es inestable, Mario confía en que las cosas han cambiado, al menos para él. Pero las contradicciones y la torpeza de los funcionarios y de las autoridades parecen no tener fin. —El mecanismo de protección es lo único que tenemos. Funciona, pero no de manera eficaz. Además, cada que cambian al subsecretario de Derechos Humanos hay que empezar de cero, desde el principio —cuenta Mario Segura. Después hace una pausa, antes de comenzar con una larga lista de quejas—. Hay muchas contradicciones. Por ejemplo, a mí me instalaron cuatro cámaras de seguridad afuera de mi casa, además de alumbrado… eso incrementó mi consumo de energía. Antes generaba un gasto de 200 pesos de luz, ahora es de mil 200 o más. Y eso lo tengo que pagar yo. Y aún no tengo un trabajo sólido. ¿Cómo quieren que pague eso? Me conseguí un trabajo en Tamaulipas, en El Sol del Sur. En la última evaluación que me hicieron, mi nivel de riesgo subió a 53 por ciento, claro, porque estoy trabajando en Tamaulipas y se supone que no debería hacerlo. Pero, ¿cómo quieren entonces que pague los gastos que me genera estar en mi condición y que ellos no pueden pagar

Superar una amenaza, un levantón o un secuestro sólo es posible si el periodista afectado puede, de una manera u otra, continuar trabajando. Eso piensa Luis Cardona, tres años después de aquella tarde, cuando lo dejaron tirado, después de golpearlo sin tregua durante cuatro horas, junto a la carretera que va de Nuevo Casas Grandes a Chihuahua.

Luis tuvo que dejar su casa y a su familia en Juárez. Pasó mucho tiempo desempleado y se convirtió en un periodista sin un hogar fijo. Ha cambiado más de tres veces de domicilio y de teléfono. Los reportajes que aún publica, rara vez los firma. Se ha enfocado en crear un medio que pueda retribuir a colegas que, como él, tuvieron que dejarlo todo. Hace dos años, al lado de Rapé, Polo Hernández y Rodrigo Soberanes, fundó Diario 19, un medio que intenta ser un espacio de trabajo para periodistas desterrados. —Ha sido muy difícil. Hasta el momento Diario 19 se sostiene gracias a las becas de Connectas, que financia nuestras investigaciones —explica Cardona—, pero no es suficiente. Ahora logré fundar una revista pequeña, que distribuyo en Mazatlán y en Juárez. Hace unos meses me inscribí a un premio de Animal Político y con eso pude mantenerme tres meses. Lo malo fue que tuve que regresar a Juárez.

—¿Regresaste a Juárez, pese a estar bajo amenaza? —

No tuve de otra —explica Cardona—. Se nos acabaron los recursos y por eso metí el proyecto al concurso de Animal Político. Mi proyecto era hacer algo sobre la vida de los hijos de los desaparecidos en Ciudad Juárez.

Estuve tres meses allá. Trabajé con perfil bajo y todo. Pero el miedo era increíble. Me encontré una ciudad desierta, cinco de cada ocho casas estaban abandonadas. No me atrevía a salir. Así que me dediqué a escribir, pegado a la computadora, sólo salía a hacer entrevistas. Empecé a engordar mucho, mucho, mucho. Y por la ansiedad me daba sed, me daba hambre. Me dio diabetes. Y me dio hipertensión arterial. Cuando fui al médico tenía 452 de glucosa, cuando el nivel normal debería ser entre 80 y 110.

Estuve a punto de entrar en un coma diabético. Ahora, Cardona también es parte del mecanismo federal de protección a periodistas. Dice que gracias a él se siente más tranquilo, pero admite que es ineficaz e insuficiente.

Aunque se ha negado a tener una escolta que lo acompañe, para poder trabajar con bajo perfil, lo tranquiliza saber que la casa de su familia en Juárez es monitoreada con cierta regularidad y que se ha instalado una valla de seguridad a su alrededor. Ahora él, su esposa y sus hijos cuentan con un botón de pánico en su celular.

—El botón de pánico es muy importante. Lo que sucedió con Rubén es un ejemplo. Si él hubiera aceptado integrarse al mecanismo, las cosas serían de otra forma. Que el botón de pánico funcione o no, depende de la reacción de las autoridades que tienen un margen de entre 15 y 30 minutos. Pero más allá de eso, en el momento en que lo aprietas, tu celular comienza a grabar todo lo que está sucediendo. Eso hubiera sido muy importante. Rubén tuvo la opción de contar con ese botón de pánico y lo rechazó, por el discurso contra el Estado, y los consejos de la ONG que lo acompañaba. Y eso me apena mucho. Porque es necesario hacer que ese tipo de protocolos funcionen. Es importante que todos entremos y que presionemos para que las cosas funcionen. Va a sonar a comercial, pero es importante luchar desde adentro.

En verdad lo creo. El apoyo que puede darte una Organización no Gubernamental es siempre insuficiente. Ninguna organización te va a salvar la vida. Y tampoco es su responsabilidad, como sí lo es del Estado.

—¿En verdad crees que el mecanismo funciona? ¿Te ha funcionado a ti? —No. El mecanismo no funciona a 100 por ciento. A lo mejor anda como en 10 por ciento. Yo así lo veo. Se tardaron seis meses en dictarme medidas cautelares. El problema es la burocracia. El flujo de dinero para los programas es insuficiente. El dinero apenas alcanza para pagar los sueldos, pero no hay un presupuesto claro. El mecanismo tiene destinado 191 millones de pesos, pero las partidas no llegan. ¿A dónde va a parar todo ese dinero y por qué no se invierte en proteger, en serio, a los periodistas?

Apesar de las supuestas ventajas, Rapé no confía en ninguno de las opciones que ofrecen protección a periodistas y activistas en riesgo. Hace poco, lo invitaron a formar parte del consejo del Mecanismo de Protección de Periodistas y Defensores de Derechos Humanos, integrado por defensores de derechos humanos, periodistas y ciudadanos. “Pero lo estoy pensando muy detenidamente. No quiero perder mi tiempo”.

—Muchos periodistas han dicho que el mecanismo es una tremenda y multimillonaria broma. No funciona en la realidad. Me parece absurda la manera tan tardada, sólo para empezar, en la que aceptan o no tu caso. Es una demostración institucionalizada del cinismo, de la indiferencia ante la situación de los periodistas en México.

Hace unos días, la periodista Jade Ramírez renunció a su cargo como miembro del consejo consultivo del mecanismo. Consideró que dicho organismo es ineficaz de cumplir con la labor que le fue conferida. “Debido a que los problemas del Mecanismo de Protección lo mantienen como una herramienta ineficaz para garantizar la seguridad de las personas que acuden al gobierno federal por no atenderse a cabalidad los mismos, ni se han resuelto las carencias técnicas y administrativos con las que surgió la entidad”.

Tampoco Rubén se fiaba de las opciones que le ofrecía el Estado, recuerda Rapé. Semanas antes de que lo asesinaran, Rubén le había enviado varios mensajes a su celular. Quería hablar con él. Decirle cómo se sentía. “Tenía mucho miedo. Se sentía intranquilo. Habíamos quedado en que nos veríamos pronto, pero él me decía que tenía muchos problemas para moverse porque no tenía un centavo. Yo le decía que lo alcanzaba, pero no quería decirme dónde estaba ni dónde podíamos vernos, no por teléfono. Yo lo entendí, y lo respeté”. —A pesar de que pocas veces pudimos vernos, Rubén y yo coincidimos en muchas cosas. Pudimos haber sido grandes amigos, pero por la distancia no pudimos cultivar esa amistad.

Lo que sucede ahora me tiene furioso, a mí y a muchos. Creen que somos tontos. No sé a qué están jugando. Se están pasando de listos con una sociedad lastimada y preocupada. Lo mismo sucede a algunos otros medios que se atreven a deshumanizar, difundir fotos filtradas de la escena del crimen. Rubén era justo del bando opuesto; estaba convencido de que no puedes doblegarte. Y él sabía que en Veracruz había un periodismo crítico y bien hecho, por unas cuantas personas. Hubiéramos sido grandes amigos, él y yo. Pero ya no. Ya nunca pudimos vernos.